Por Hugo Vallenas
Málaga
El
poderoso movimiento estudiantil que desde la ciudad de Córdoba dio inicio a la
reforma universitaria argentina de 1918 rompió los moldes tradicionales de la
educación superior y mostró que era posible una proyección de los centros de
estudios hacia las necesidades de justicia social. Este movimiento renovador
tuvo amplia repercusión en toda América Latina.
El
gran lema de dicha reforma fue “la universidad no es una isla”, título recogido
por el gran pensador y escritor peruano Luis
Alberto Sánchez para referirse a estos temas en un libro del mismo nombre
publicado en 1961.
Antecedentes
peruanos
Un
importante antecedente de la reforma fue aportado por el movimiento estudiantil
peruano a comienzos del siglo XX. El destacado poeta y político José Gálvez Barrenechea (quien sería
leal amigo del APRA), formado en las aulas de San Marcos, logró en una asamblea
realizada el 13 de octubre de 1907 el acuerdo de convocar a la creación del
Centro Universitario sanmarquino, embrión de la futura Federación de
Estudiantes. El Centro Universitario se instaló solemnemente el 23 de setiembre
de 1908 y tuvo como primer presidente a Oscar
Miró Quesada, conocido en el ambiente periodístico e intelectual como “Racso”.
El
Centro Universitario dio gran importancia a la libertad de pensamiento y la extensión universitaria (“difundir
la cultura entre quienes más la necesitan”), así como a la fraternidad
estudiantil en el continente. En ese marco, impulsó los Congresos Estudiantiles Americanos de Montevideo (1908), Buenos
Aires (1910) y Lima (1912).
El
Congreso de Lima fue sumamente
significativo. En este último se suscribieron documentos en favor de la reforma
universitaria, la paz en el continente (había tensiones limítrofes entre Perú y
Ecuador y entre Perú y Chile por la recuperación de Tacna y Arica) y se propuso
lograr la unidad estudiantil en las Américas. Con este última finalidad de
aprobó en el Congreso el “Himno de los estudiantes americanos”, con música del
chileno Enrique Soro y letra del
peruano José Gálvez. Sus versos de
emotivo idealismo —“¡Juventud, juventud,
torbellino, soplo eterno de eterna ilusión; fulge el sol en el largo camino que
ha nacido la nueva canción!”— se cantaron en los patios universitarios de Córdoba en 1918 y en todas
las universidades que se acogieron a los ideales de la reforma.
Cómo fue el
“cordobazo”
Los estudiantes de
Córdoba inician la histórica protesta el 15 de junio de 1918
Las
acciones de protesta demandando la reforma tuvieron inicio el 15 de junio de 1918 en la Universidad
de Córdoba, Argentina; siguiendo el mismo ejemplo las de Buenos Aires, la Plata
y Tucumán en muy pocos días. La fecha simbólica de este proceso fue el 21 de
junio, día en que los estudiantes publicaron un “Manifiesto de los Hombres Libres”, dirigido a los estudiantes de
todo el continente llamándolos a sumarse a la reforma en sus propios países.
Desde entonces se recuerda el 21 de
junio y dicho Manifiesto como “el grito de Córdoba”.
El
gran conductor de la protesta cordobesa fue el estudiante de derecho Deodoro Roca, principal redactor del
“Manifiesto de los Hombres Libres”. Deodoro
Roca fue influyente periodista, promotor de la unidad de América latina y
defensor de los Derechos Humanos. Otros líderes notables del movimiento de
Córdoba fueron los estudiantes Enrique
F. Barros, Alfredo Castellanos y
Horacio Miravet.
Uno
de los grandes líderes universitarios de la reforma argentina de 1918 fue el
dirigente universitario de Buenos Aires, Gabriel
del Mazo, perteneciente inicialmente a las filas del Partido Radical. Fue
amigo de larga data de Víctor Raúl Haya
de la Torre y del movimiento aprista con el paso de los años. Es autor de
una formidable obra en tres tomos que documenta el proceso de reforma en toda
América Latina.
Un
gran colaborador de los estudiantes reformistas fue el joven diputado
socialista Alfredo Lorenzo Palacios,
autor del libro “La Universidad nueva” (1920, ampliado en 1925), que dio sólido
sustento a las nuevas ideas sobre el destino y la organización de las
universidades. Palacios incluso realizó una gira continental con el fin de propagandizar
el “grito de Córdoba” y visitó el Perú en mayo de 1919. Entabló entrañable
amistad con Haya de la Torre y los futuros fundadores del APRA y fue leal
aliado en todas las batallas libradas por el movimiento indoamericanista por
pan y libertad.
No
fue casual que luego de la visita de Palacios al Perú, se inicie el movimiento
por la reforma universitaria en el Perú, en junio de 1919, cuyas grandes
figuras fueron Haya de la Torre, Manuel Seoane, Raúl Porras, Luis Alberto
Sánchez, Jorge Guillermo Leguía y Manuel Abastos.
El pensamiento
reformista
La
reforma universitaria argentina tuvo fuentes de inspiración muy importantes. En
lo social recibió el impacto de la revolución mexicana y también en cierta
medida de la revolución rusa, pero en el campo de las ideas, estuvo fuertemente
orientada por el “arielismo”,
pensamiento educativo centrado en la búsqueda de la unidad y la identidad de
América Latina a partir de la educación y la cultura creadora, siguiendo los
postulados del libro “Ariel”, obra
del uruguayo José Enrique Rodó.
Otra
influencia importante fue la del escritor y educador Leopoldo Lugones, quien añadió al pensamiento “arielista” los
principios del librepensamiento europeo y del anarquismo.
El
“grito de Córdoba” reclamaba educación pública laica y gratuita, pero sobre
todo renegaba de la política tradicional y llamaba a las clases trabajadoras a
tomar conciencia de sus derechos sin la intromisión de los partidos
tradicionales. El mismo mensaje se difundió en el Perú, siguiendo la huella
señera librepensadora de don Manuel
González Prada.
En
el aspecto estrictamente universitario, los postulados del Grito de Córdoba se resumían en:
—La
defensa intransigente de la autonomía universitaria contra todo control
estatal;
—El
cogobierno democrático de los estamentos universitarios (docentes, estudiantes
y trabajadores), considerando en forma especial el derecho de los estudiantes a
la organización gremial y a la representación en los órganos de gobierno de la
universidad;
—La
libertad de cátedra, el derecho de “tacha” estudiantil a los profesores
inadecuados y a los cursos retrógrados y anticientíficos; concurso de méritos
para la designación de catedráticos.
—El
fomento de la Extensión Universitaria, brindando cultura, conciencia de sus
derechos y facilidades educativas a la población trabajadora.
—Acción
social y antiimperialismo; defensa activa de las libertades y los derechos de los más necesitados y acción
efectiva por la unidad y la defensa territorial de América Latina contra toda
agresión del exterior.
El histórico manifiesto
de Córdoba
Este
es el texto completo del “Manifiesto de
los Hombres Libres” del 21 de junio de 1918. Todo estudiante universitario
de América debe conocerlo:
“La juventud
argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica:
“Hombres
de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo
XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto
llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy
contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que
quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias
del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos
viviendo una hora americana.
“La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta
porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para
siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades
han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los
ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar en donde todas las formas de
tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las
universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes
que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por
eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o
entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz
abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles
imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen,
las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza y el ensanchamiento
vital de los organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico,
sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
“Nuestro régimen universitario —aun el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una
especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se
crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La
Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y
entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente
democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a
darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de
autoridad que corresponde y acompaña a un director o un maestro en un hogar de
estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas
extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de
estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
“Si no existe una vinculación espiritual entre
el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente
infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden.
Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un
reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario,
pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a
gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los
jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la
autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el
sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo
sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La
única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia es la del que
escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
“Por
eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y
bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de
absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la
falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente
liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás
Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal era más afligente de lo que
imaginábamos y que los antiguos privilegios disimulaban un estado de avanzada
descomposición.
“La
reforma Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado
el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los
mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa de
insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que
hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir
burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la
insurrección. Entonces, la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es
el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la
redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa,
pues sabemos que nuestras verdades lo son y dolorosas- de todo el continente.
¿Qué en nuestro país una ley —se
dice—, la ley de Avellaneda, se opone a
nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está
exigiendo.
“La
juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha
tenido tiempo aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus
propios maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay
que dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el
acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante, sólo podrán ser
maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de
almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien.
“La juventud universitaria de Córdoba cree que
ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país
y de sus hombres representativos.
“Los
sucesos acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de la
elección rectoral, aclaran singularmente nuestra razón en la manera de apreciar
el conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que
debe hacer conocer al país y a América las circunstancias de orden moral y
jurídico que invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. Al confesar
los ideales y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su
vida, quiere referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la
llama que está quemando el viejo reducto de la opresión clerical.
“En
la Universidad Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado
desórdenes; se ha contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera
revolución que ha de agrupar tan pronto bajo su bandera a todos los hombres
libres del continente Referiremos los sucesos para que se vea cuánta razón nos
asistía y cuánta vergüenza nos sacó a la cara la cobardía y la perfidia de los
reaccionarios. Los actos de violencia de los cuales nos responsabilizamos
íntegramente, se cumplían como el ejercicio de puras ideas. Volteamos lo que
representaba un alzamiento anacrónico y lo hicimos para poder levantar siquiera
el corazón sobre esas ruinas. Aquellos representan también la medida de nuestra
indignación en presencia de la miseria moral, de la simulación y del engaño
artero que pretendía filtrarse con las apariencias de la legalidad. El sentido
moral estaba oscurecido en las clases dirigentes por un fariseísmo tradicional
y por una pavorosa indigencia de ideales.
“El espectáculo que ofrecía la asamblea
universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos de captarse la buena
voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio,
para inclinarse luego al bando que parecía asegurarse el triunfo, sin recordar
la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los
intereses de la Universidad. Otros —los
más— en nombre del sentimiento religioso y
bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento
subalterno. (¡Curiosa religión la que enseña a menospreciar el honor y deprimir
la personalidad! ¡Religión para vencidos o para esclavos!). Se había obtenido
una reforma liberal mediante el sacrificio heroico de una juventud. Se creía
haber conquistado una garantía y de la garantía se apoderaban los únicos
enemigos de la reforma. En la sombra los jesuitas habían preparado el triunfo
de una profunda inmoralidad. Consentirla habría comportado otra traición. A la
burla respondimos con la revolución. La mayoría expresaba la suma de la
represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces dimos la única lección que
cumplía y espantamos para siempre la amenaza del dominio clerical.
“La
sanción moral es nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la
sanción jurídica, empotrarse en la ley. No se lo permitimos. Antes que la
iniquidad fuera un acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del salón
de actos y arrojamos a la canalla, sólo entonces amedrentada, a la vera de los
claustros. Que esto es cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación,
sesionado en el propio salón de actos la Federación Universitaria y de haber
firmado mil estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de
huelga indefinida.
“En
efecto, los estatutos reformados disponen que la elección del rector terminará
en una sola sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura
de cada una de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos, sin
temor de ser rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue
aprobada, que el rector no fue proclamado y que, por consiguiente, para la ley,
aún no existe rector de esta Universidad.
“La
juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombre ni
de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método
docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban
en beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni
reglamentos por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo.
La consigna de hoy para ti, mañana para mí, corría de boca en boca y asumía la
preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados
de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la universidad apartada
de la ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la
repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de
sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas,
trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración
del silencio puede ser ejercitada en contra de la ciencia. Fue entonces cuando
la oscura universidad mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a
Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida
ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros
golpes.
“Creímos honradamente que nuestro esfuerzo había
creado algo nuevo, que por lo menos la elevación de nuestros ideales merecía
algún respeto. Asombrados contemplamos entonces como se coligaban para
arrebatar nuestra conquista los más crudos reaccionarios.
“No
podemos dejar librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, ni al
juego de intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula
rector de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: Prefiero
antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes.
Palabras llenas de piedad y de amor, de respeto reverencioso a la disciplina;
palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni
propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza soberbio
y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el primer
ciudadanos de una democracia universitaria!. Recojamos la lección, compañeros
de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud de
un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra el
verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que ve
en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
“La juventud ya no pide Exige que se le reconozca
el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios
por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos. Si ha
sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede
desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.
“La juventud universitaria de Córdoba, por
intermedio de su federación, saluda a los compañeros de la América toda y les
incita a colaborar en la obra de libertad que inicia”.
Firmas: Enrique F. Barros, Ismael C.
Bordabehére, Horacio Valdés, presidentes. Gumersindo Sayago, Alfredo
Castellanos, Luis M. Méndez, Jorge L. Bazante, Ceferino Garzón Maceda, Julio
Molina, Carlos Suárez Pinto, Emilio R. Biagosch, Angel J. Nigro, Natalio J.
Saibene, Antonio Medina Allende y Ernesto Garzón.